Corría el año de 1972, yo era una maestra rural de 17 años, trabajaba en una comunidad llamada La Palma del municipio de Villa Morelos, no recuerdo con exactitud el día, pero recuerdo que caminaba con una compañera profesora rumbo a nuestra escuelita, cuando dos hombres nos jalonearon e intentaron llevarnos por la fuerza, por suerte logramos escapar. Esto no es un cuento, ni la escena de una novela o de una película, es mi historia, como la historia de miles de mujeres que han sido víctimas de violencia en nuestro país.
Han pasado 45 años desde aquel suceso y parece que las cosas no han cambiado mucho, la violencia en nuestra contra persiste, seguimos viendo mujeres asesinadas, violadas, desaparecidas o golpeadas. Seguimos escribiendo nuestra historia con sangre, sufrimiento y lágrimas, por eso comprendo que cientos de mujeres se hayan manifestado motivadas por el hartazgo, el dolor, la rabia y la tristeza que sentimos cada vez que una de nosotras es violentada.
La indignación y molestia no debe ser por las pintas o los vidrios rotos, debe ser por los miles de feminicidios y desapariciones, debe ser porque nuestro sistema de vida condena a las mujeres a padecer violencia. En México, según cifras de Inmujeres, cada cuatro minutos ocurre una violación sexual y cada día hay dos feminicidios; asimismo 40% de la población total de mujeres ha sufrido algún tipo de abuso y 70% de las violaciones ocurren en el contexto familiar o social, esta es la realidad nuestro país. Lo anterior son circunstancias que de ninguna manera podemos permitir y normalizar.
La transformación que estamos impulsando es progresiva, falta mucho camino por recorrer, y en este camino debemos reconocer las omisiones y tropiezos que como representantes populares o gobernantes cometemos ante la cruel realidad que viven muchas mujeres en México. Pero confío en que vamos por el camino correcto, y también confío en la gran conciencia colectiva que ha desarrollado el movimiento feminista, conciencia que le da vida a un sujeto colectivo que creo capaz de afectar y transformar la realidad de las mujeres.
Para la 4T y para nuestra democracia es sano y necesario que la gente se movilice, que mantengan vivas las calles y vivas las consignas que se exigen con justicia, porque como luchadora social y representante popular, creo que debemos tener un pie en las instituciones y otro en las calles, debemos reconocer que las grandes transformaciones se hacen al lado de pueblo y no lejos de este.
Hace 45 años mi vida se pudo tornar muy diferente, afortunadamente pude salvarme, pero no todas podemos decir lo mismo. Hoy las que aún tiene voz, hablan, gritan, luchan, perturban en orden de las cosas y el orden del discurso patriarcal, combaten la violencia estructural y normalizada, se enfrentan al escrutinio social con la razón como única arma, y nosotras las que ahora estamos en una institución, no nos queda más que apoyarlas. Si no luchas por transformar la realidad de las mujeres al menos tengamos la decencia de respetar a quienes valientemente sí lo hacen.