Desde el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se impulsa un nuevo modelo de turismo como una herramienta de reconciliación social, capaz de propiciar desarrollo, progreso y bienestar para la población.
A pesar del impacto de la publicidad, el anterior modelo cayó en desuso en el mundo: el concepto de destinos de sol y playa como única opción. La polarización social con la coexistencia de “zonas doradas” con amplios polígonos de marginación donde viven los trabajadores del sector es totalmente insostenible.
La concentración de la política turística, de los recursos públicos y la inversión privada impulsada con más de 50 mil millones de pesos destinados a la promoción de los principales destinos turísticos, no atendieron los desequilibrios regionales.
Cancún y la Riviera Maya, la Ciudad de México y Puerto Vallarta, Nayarit, concentraron el 71% de la actividad turística, pese al potencial de macrorregiones como el Golfo de México, el Mar de Cortés o el Pacífico Sur, o buena parte del sureste mexicano. No hubo esfuerzos con resultados en el modelo anterior.
Ciertamente, México ocupa actualmente el séptimo lugar en atracción de turistas en el mundo; dieciséis en divisas y cuarenta en gasto per cápita, representando esta actividad el 8.8% del Producto Interno Bruto, unos de los sectores más dinámicos de la economía y una de las principales fuentes de ingresos.
Una actividad que según los datos de la Secretaría de Turismo (Sectur), continúa en ascenso, ya que en este año se estima que cerrará con 43.3 millones de turistas internacionales, 4.7% superior a 2018, con una derrama de 23 mil 600 millones de dólares, es decir, 10.6% más que en el 2018.
La Inversión Extranjera Directa (IED) creció 68.4% de enero a julio, siendo el mayor registro para un primer semestre del año y de un nuevo gobierno. También en vuelos nacionales hacia destinos turísticos hay un incremento del 8.1% con respecto al mismo periodo.
Como vemos en este botón de muestra, en términos estadísticos, la transición de gobierno representa no solo la permanencia del crecimiento de la actividad, sino un aumento mayor de las expectativas, más allá de la crítica por supuestos decrementos presupuestales.
Hay una nueva forma de hacer turismo, de eso no cabe duda. Se sustituye un modelo oneroso y excluyente por uno que busca consolidar destinos con desarrollo regional y equilibrado; con inclusión social y laboral, que diversifica los mercados e innova en la promoción y el comercio, un turismo sostenible que incremente las oportunidades de empleo, la captación de divisas y una nueva complementariedad de inversión público-privada.
El ejemplo del Tren Maya es ilustrativo como proyecto sexenal del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur). Se trata de incorporar cinco estados del país, con 16 estaciones, 190 atractivos de alto impacto, integrando a cientos de comunidades hoy abandonadas, con una inversión privada del 95% y solo 5% de inversión pública, lo que demuestra la viabilidad del proyecto.
Será un hito en la historia en materia de inversión y reactivación económica de toda una región del país con un gran patrimonio cultural e histórico.
Las potencialidades de México en turismo deben considerar y revalorar justamente este enfoque integral que combine crecimiento económico con desarrollo social y regional. Contamos con 35 sitios que son Patrimonio de la Humanidad, 9 expresiones culturales designadas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, lo que nos posiciona como el número uno en el continente americano y séptimo en el mundo con este tipo de nombramientos.
Ocupamos el segundo lugar mundial en turismo médico y la primera posición en turismo dental. Hay 90 mil alumnos egresados de instituciones educativas de turismo, preparados para impulsar esta nueva visión.
Es la inversión con perspectiva social en las ciudades y regiones turísticas que intervenga la realidad dual de paraísos para visitantes y muladares para población, la clave mayor para lograr bienestar y progreso para todos.