Los sindicatos nacieron por la necesidad de la clase trabajadora de equilibrar la voracidad de los patrones que intentaban (aún muchos lo hacen), quedarse con todas las ganancias del trabajo de los demás.
Por desfortuna la imagen colectiva que se tiene de no pocos dirigentes sindicales es la perpetuidad en el poder y las malas prácticas que en ocasiones distan de representar a las y los sindicalistas, es decir a la base trabajadora.
El régimen que nos fue heredado propició o cuando menos fueron omisos respecto a las fortunas hechas por personajes como Carlos Romero Deschamps, Víctor Flores u otros que dejamos en la mente de todos ustedes.
Los contratos colectivos se convirtieron en monedas de cambio sólo entre cúpulas y la base de esas organizaciones sindicales fue en retroceso de sus prestaciones, con esto no pretendo generalizar porque hay movimientos sindicales en México que no tomaron esos derroteros.
Quienes nos formamos en la izquierda queremos que en México exista un sindicalismo que defienda de forma tangible los derechos de las y los trabajadores, por ello la Reforma Laboral aprobada recientemente en el Senado, tiene ese cariz el de dejar atrás la posesión de los sindicalizados, como monedas electorales o de intercambio de favores entre las élites.
La democratización de estos espacios también está dentro de la Reforma Laboral ya que las dirigencias deberán votarse de manera libre y secreta, no a mano alzada, ni en elecciones a modo o por coerción que violentan la legitimidad de dichas representaciones.
El modelo laboral que se pretende desde la Ley Federal del Trabajo, así como las leyes que norman al Seguro Social y al ISSSTE tienen el espíritu de que el trabajador decida por su libre albedrio a que sindicato decide pertenecer, a no ser amenazado con que si no cumple la línea del secretario general o del Comité Directivo puede ser expulsado y por ende sus derechos le serán conculcados.
Se trata de libertad, libertad sindical, porque la transformación de la Nación no puede despegarse de la situación que enfrentan miles de mexicanos y mexicanas en quienes radica la fuerza del desarrollo económico de nuestro país.
Sabemos que existen resistencias, por eso los liderazgos anquilosados de algunas organizaciones sindicales se rehúsan a adoptar las reglas que establece la Reforma Laboral y de ello derivan las rebatingas que observamos durante un foro sobre Cultura Laboral que se llevó a cabo en el Senado de la República.
Aprovecho para mencionar el triste caso de la empresa Leoni, que hace unas semanas, cuando los trabajadores organizados formaron su sindicato de inmediato las viejas “mañas” patronales salieron a relucir: hicieron un sindicato blanco, a modo, con personas que ni de la empresa eran, ni de Durango y lo peor, desocuparon de inmediato a los dirigentes, afiliados y simpatizantes.
Volviendo a la Reforma, aclaro que las directrices en marcha no pretenden desaparecer a organizaciones establecidas, se trata de que todas y todos los que son dirigentes sindicales se apeguen a la libertad de negociar los contratos colectivos, al surgimiento de otros grupos, de otras centrales obreras, de lograr mejores condiciones laborales y salariales, en otras palabras muy de la izquierda: que todos y todas disfruten del producto de su trabajo.