Gracias, presidente, con el permiso del pueblo de México.
Antes de iniciar mi intervención, quiero solidarizarme con las estudiantes del Instituto Politécnico Nacional, víctimas de Diego N., cuyas agresiones a la intimidad sexual están en riesgo de quedar impunes por culpa de un juez indolente, insensible e incapaz. Que no se olvide nunca el nombre del juez Francisco Salazar Silva, para que nunca más una mujer confíe en él durante los procesos por venir, quien tuvo en sus manos la oportunidad histórica de proteger a decenas de mujeres, pero que, según él, no encontró pruebas suficientes en las más de 180 mil fotos y videos de contenido sexual que las denunciantes y el Ministerio Público entregaron como carga de la prueba.
¿Qué más necesitamos las mujeres para que un juez nos crea?
Parece que algunos se tomaron muy en serio las amenazas de la vocera del Poder Judicial de soltar delincuentes como venganza por la reforma judicial.
Abrazo de manera solidaria a mi compañera Olimpia Coral, a las activistas que se volcaron con este caso y a las víctimas que sé no cesarán en la lucha.
Lo único que me aporta un poco de paz es saber que pronto el Poder Judicial se transformará de raíz, pero, entre tanto, el respaldo de este Senado de la República está con las víctimas y hacemos pública nuestra convicción de no descansar hasta que ellas encuentren justicia.
Hay quienes aún no entienden que hoy es tiempo de mujeres, que la realidad de nuestro país ya cambió, que nuestro pueblo sabio y progresista así lo decidió y que el derecho a una vida libre de violencia para las mujeres no es solo un eslogan, sino la prioridad presidencial, encarnada en la primera presidenta de nuestra historia, la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, madre, abuela, hija, activista, luchadora social, mujer de izquierda, preparada y muy valiente.
Y precisamente para que entiendan quienes se niegan a entender y para que sueñen quienes toda una vida tienen por delante, buscamos aprobar esta reforma que reposiciona a las mujeres en el centro de la constitución política de los Estados Unidos Mexicanos.
A lo largo de ya muchas legislaturas hemos utilizado hasta el cansancio la frase de lo que no se nombra no existe, una provocación retórica que busca señalar algo más complejo. Evidentemente las mujeres existimos en el espacio público aunque no se nos nombre, pero cuando no se nos nombra la realidad se complejiza y cuando sí se nos nombra la realidad se transforma.
Hablamos entonces de la función performativa del lenguaje, la capacidad casi mágica que tienen las palabras de traducirse en realidades materiales. Las palabras tienen consecuencias, tanto así que en los países en los que la iglesia católica continúa guayubando en los registros civiles, cuando el pura te declara marido y mujer tu vida cambia para siempre. Es precisamente esta función performativa y evocativa del lenguaje la que hace que cuando pensamos en quien nos atiende en una enfermedad nos venga a la mente un doctor y no una doctora.
Pero cuando pensamos en quien nos cuida y apoya a ese doctor, quien le cuida y también le apoya, aparece en nuestra mente una enfermera y quizás no un enfermero. Tan fuerte y tramposo es el lenguaje que si yo ahora les pido que no piensen en un elefante rosa, el elefante aparece gigante ante ustedes ocupando todo su pensamiento.
¿Y saben qué? Yo quiero hacer hoy un ejercicio de honestidad política y de gratitud, utilizando lo más valioso que tengo, mi palabra. Porque cuando la doctora Claudia Sheinbaum dijo que no llegaba sola, que llegábamos todas, no solo había sentidos simbólicos que teorizar sobre esa frase, la enunciación albergaba una realidad más evidente y más clara. Fue su impulso y la alegría que despertó nuestro pueblo, su historia, narrativa, liderazgo y firmeza, la que nos impulsó a todas para obtener victorias electorales históricas en nuestros territorios.
Les quiero presumir que en el estado de Chihuahua y en la gran mayoría del país, fuimos las mujeres quienes mejores resultados electorales obtuvimos, porque efectivamente la doctora Claudia Sheinbaum no llegó sola, nos ayudó a todas a llegar. Y yo estoy profundamente agradecida con ella, porque su ejemplo le allana el camino a mi generación, que con firmeza, honestidad y compromiso social, buscamos transformar la vida de todas. Porque no nos basta con ser iguales ante la ley, lo verdaderamente importante es ser iguales ante la vida.
¡Que viva la primera mujer Presidenta de México! ¡Y que vengan muchas más! Muchas gracias, Olga, querida.