- Senado devela en el Muro de Honor del salón de sesiones con letras doradas, la leyenda “Carlos Pellicer Cámara, el Poeta de América”.
- La senadora promovente de esta importante iniciativa fue la senadora por Tabasco, la Sen. Mónica Fernández Balboa.
- Al evento asistieron autoridades estatales y municipales, y diversos personajes de la comunidad tabasqueña radicada en la CDMX.
El Senado de la República realizó una ceremonia solemne para reconocer la vida y obra de Carlos Pellicer Cámara, poeta, museógrafo y político tabasqueño que trascendió fronteras y supo capturar la esencia de nuestro país y plasmarla en versos que perdurarán por generaciones.
Durante su intervención, la senadora promovente de esta importante iniciativa, la Sen. Mónica Fernández Balboa, expresó que es un reconocimiento a la biografía monumental de un hombre a la altura de su época, y al mismo tiempo de un alma que supo elevarse por encima de sus días terrenales.
La legisladora tabasqueña habló de las diferentes facetas de Carlos Pellicer: el museógrafo, el poeta, el senador indigenista y el educador. “Todos estos hombres parecen converger en un alma de niño devoto que cada diciembre monta puntual y fantásticamente su Nacimiento”, apuntó.
Por su parte la presidenta de la Mesa Directiva, Ana Lilia Rivera Rivera, expresó que en cada estrofa el poeta tabasqueño “nos legó un pedazo de su alma, un fragmento de su amado Tabasco y una mirada única sobre el mundo que nos rodea”.
En su intervención el maestro Carlos Pellicer López, reconoció el trabajo de Carlos Pellicer Cámara como escritor y destacó que en el tiempo que trabajó como senador de la República se pronunció en defensa de los indígenas.
Ver el nombre de “Carlos Pellicer Cámara” inscrito en estos muros es una honra a su memoria, porque “fue un maestro de la palabra, maestro de la vida para servir a los demás y maestro de la política, que hoy tiene al mejor de sus discípulos al frente de nuestro país”.
El gobernador de Tabasco, Carlos Manuel Merino Campos, aseveró que Carlos Pellicer supo conjugar su pasión poética con su vocación social; “cada obra es un viaje a la historia, es el reconocimiento cultural y natural para descubrir la identidad mexicana”, asentó.
Además, subrayó que el poeta fue un diplomático distinguido, así como un político honorable con amplia calidad moral y humana; “quizá sea este el mayor legado que transmitió a una generación de jóvenes a la que perteneció nuestro presidente transformador, Andrés Manuel López Obrador”, acotó.
El gobernador también expresó unas palabras a su paisana legisladora: “Gracias distinguida senadora Mónica Fernández Balboa por proponer este momento histórico que celebra con júbilo el pueblo de Tabasco, seguramente si Pellicer viviera te expresaría que eres la mujer morena de todas las épocas”.
Versión estenográfica de la Sen. Mónica Fernández Balboa durante su participación en tribuna.
A lo largo de su vida, de los múltiples cauces de su vida –unos anchos y caudalosos, otros recónditos y sosegados–, Carlos Pellicer conquistó la libertad espiritual de quien alcanza a ver, más allá de lo meramente circunstancial, una esencial unidad en la belleza, el amor y la justicia.
Ante el poder de esa visión arrebatadora, que desvanece las barreras de credos y doctrinas, se atrevió a ponerse al servicio de toda trascendencia celestial y terrena desde una confluencia, personalísima e irrepetible, entre la religión, el arte y la política.
De manera excepcional, este hombre de fe y de causas no fue hombre de dogmas.
Este poeta, clave para la historia de la literatura de su país y de su lengua, que supo ir de la vanguardia al canon y de vuelta a lo largo de las décadas y de los libros, supo también pronunciarse en contra de consignas y filiaciones con su vehemente energía ajena al rencor y al resentimiento.
De lo solar y lo selvático a lo confidencial y susurrado, de la arenga a la oración, pasando por la pura complacencia verbal, si ya su obra poética es difícil de abarcar en unas cuantas líneas, qué decir de la totalidad de sus hechos.
Es la suya, la biografía monumental de un hombre a la altura de su época, y al mismo tiempo de un alma que supo elevarse por encima de sus días terrenales.
Quién, sino Carlos Pellicer, podría haber gozado en vida de la admiración de personajes tan disímbolos entre sí, y tan exigentes, como Gabriela Mistral, José Vasconcelos y Octavio Paz.
Si su actividad museográfica abarca recintos de primer orden; si su labor social, educativa, política en el sentido más desinteresado y generoso de la palabra, es tan variada y anchurosa, queda por mencionar el viajero, el instigador entusiasta de carreras y vocaciones, así como del artista que dialoga ejemplarmente con la plástica desde la palabra.
Carlos Pellicer, el autor de unos Esquemas para una oda tropical, y de esas hondas, riquísimas Horas de junio que se encuentran entre los poemas destacados del siglo XX, es el senador indigenista Carlos Pellicer, que es el mismo que viaja con la LEAR a España y, décadas después, preside el Comité de Solidaridad con Nicaragua, es, sí, el museógrafo educado en la Sorbona: Carlos Pellicer, o sea el hombre que sabe ver el arte pictórico de Occidente, y al mismo tiempo conocer a profundidad la arquitectura y la escultura de Mesoamérica.
Y todos estos hombres parecen converger en un alma de niño devoto que cada diciembre monta puntual y fantásticamente su Nacimiento.
Del educador Pellicer habría que destacar la benéfica influencia que ejerció sobre Vasconcelos para otorgar primacía al arte, a la literatura universal y a los clásicos, en el proyecto educativo de México.
Del museógrafo Pellicer, el planteamiento monumental del gran museo abierto de La Venta, Tabasco, así como su infatigable, devota búsqueda de representaciones prehispánicas de lo divino en el Cerro del Tepozteco, que culminaría en la edificación de otro logrado museo de sitio.
Del poeta Pellicer, esa robusta capacidad lírica de dialogar con el paisaje colosal del Trópico, de cantarle a las grandes aguas:
Agua de Tabasco vengo, agua de Tabasco voy,
de agua hermosa es mi abolengo,
Y es por eso que aquí estoy,
Dichosa con lo tengo.
José Gorostiza le escribió alguna vez que, en el metafórico edificio de los poetas llamados Contemporáneos, él, Pellicer, sería la ventana. Cito: “la ventana grande que mira al campo, hambrienta, cada noche, de desayunarse un nuevo panorama, cada día.”
Quizá esta metáfora del autor de Muerte sin fin resista mayor calado; quizá quepa decir que, en el edificio de la historia mexicana toda, Carlos Pellicer es una ventana grande.