Me alegra estar en la División de Estudios de Posgrado y reencontrarme, siempre que puedo aprovecho la posibilidad de estar en la División y estar en mi escuela. En el presídium hay tres compañeros que estuvimos en la misma generación; el director de la Escuela de Derecho, Raúl. Armando Soto, jefe de la División de Estudios de Posgrado y, Elba Cárdenas. Los tres estábamos aquí, en la División, a un lado, siendo jefe de la División de Estudios de Posgrado el maestro Cervantes Ahumada.
Quiero también saludar, con mucho respeto, a Fabián Contreras; al maestro López Betancourt; él es amigo de muchos años. Lo respeto mucho por razones de la vida y, a él y a su familia siempre nos ha unido una amistad muy cercana, Eduardo López Betancourt.
A Imer, también, fue posterior a nuestra generación, pero también convivimos.
Rafael Luna, que es maestro de la Escuela de Derecho, de Postgrado, también fue compañero en la misma generación.
Saludo al doctor Máximo Carvajal, me alegra mucho que esté aquí.
A Ruperto, que también fue maestro, Ruperto Patiño.
A Fausto Galván; a Rolando, el maestro Tamayo; al doctor Garita, también fuimos compañeros.
Me siento, pues, en familia. Y por eso, cuando me planteó el maestro Molina sobre este ciclo que anualmente hace, en un esfuerzo muy importante, institucional, desde hace muchos años; he visto la obra que se compila después de esta serie de seminarios, y por eso acepté venir a la División de Estudios de Posgrado, a su invitación.
Voy a tratar de ser, en esta conferencia que me corresponde, lo más claro posible. Es en lo que creo y es en lo que pienso y, traté de hacer un documento escrito, aunque estaré improvisando, el mismo que dejaré para, si es que van a seguir haciendo las memorias que anualmente hacen, pueda servir con la advertencia de que se puede mejorar el documento.
En México, hemos pasado de un sistema de partido hegemónico, a uno pluripartidista. Muchas personas creen que el amplio margen de la victoria que alcanzó Morena el pasado 1º de julio, puede representar un proceso de retroceso en el camino hacia la consolidación de un sistema verdaderamente democrático.
Pero, justo lo contrario, voy a alegar, porque haber ganado la Presidencia de la República, la mayoría en ambas Cámaras del Congreso de la Unión; nos permite construir una base para las democracias o para la democracia real en México.
La democracia mexicana ha sido siempre un caso de estudio singular, que ha despertado el interés de integrantes de la academia y profesionales de todo el mundo. Durante años, nuestro sistema de elección y de partido estuvieron capturados por una minoría, por la tecnocracia, por un grupo que se apoderó de las decisiones más importantes del país.
Un grupo que, sexenio tras sexenio, implementaba respuestas diseñadas con base en sus intereses y no en los de la población. Esa cerrazón, que excluye a la mayoría del pueblo mexicano, llegó a su fin el pasado 1º de julio; cuando 30 millones de personas decidieron acabar con los gobiernos que defendían un modelo que beneficia sólo a unos cuantos. Muchos le hemos denominado neoliberal.
La elección de Andrés Manuel López Obrador como Presidente de México, y la obtención de la mayoría en ambas Cámaras del Congreso de la Unión; así como la mayoría en 19 Congresos locales, marca el inicio de una transformación de la vida pública del país. También, algunos le hemos denominado, empezando por el Presidente electo, como la Cuarta Transformación.
Se trata de una gran responsabilidad, la de consolidar la democracia en México a través de reformas que permiten trasformar las instituciones autoritarias y corruptas que hemos heredado.
No será sencillo, pero desde el primer día hemos empezado a trabajar para garantizar que cada vez sea escuchada, o sea escuchado, a cada grupo representado y que el bien mayor prevalezca ante quienes por tanto tiempo han presionado y puesto en riesgo la convivencia democrática del país.
Hoy, la pregunta que se nos hace a quienes aquí participamos, al menos en lo personal es, ¿cuáles son las causas y los efectos de este cambio en México? Y ¿Cuáles serán sus implicaciones para nuestro sistema partidista?
Entender cómo llegamos a este punto y cómo saldremos de él, requiere de un repaso de los sistemas de partidos y elecciones de nuestro país.
Desde finales de la Revolución, cuando las distintas fracciones se institucionalizaron en un solo partido, México ha tenido dos democracias: la escrita en papel y la que se ha dado en la práctica.
Mario Vargas Llosa, que no es de mis clásicos en política, lo resumió perfectamente cuando definió al Sistema Político Mexicano como una democracia perfecta, una dictadura perfecta.
Pero él decía que un solo grupo imponía su voluntad de manera unilateral, por eso le llamaba dictadura y, perfecta, porque estas imposiciones se llevaban a cabo tras la fachada de una democracia.
Sartori, Giovanni Sartori, politólogo italiano, caracterizó al Sistema de Partidos Mexicano, como no competitivo hegemónico. La perfección con la que nuestro país instaló este modelo, lo ha hecho un caso de estudio.
En México, el Partido Nacional Revolucionario, su mutación al Partido de la Revolución Mexicana y, finalmente, a Partido Revolucionario Institucional; sentó las bases que le permitieron organizar comicios en las que otras instituciones políticas competían, sin ninguna posibilidad de ser electos.
La alternancia era improbable, cuando no imposible. Se trataba del modelo hegemónico llevado a su máxima expresión.
¿A partir de qué fecha es posible empezar hablar del sistema no competitivo hegemónico en México?
Cuando se centralizó el control de los procesos electorales en 1946, para controlar no solamente el proceso electoral, sino a quienes podrían participar en las condiciones en que se había o en que lo harían.
La Reforma Electoral de aquel año, endureció los requisitos para que los partidos obtuvieran registro. Además, otorgó a la Secretaría de Gobernación la facultad de emitir los certificados de registro y declarar su cancelación cuando no cumplieran, a su juicio, con los requisitos necesarios.
Se trataba de una manera bastante astuta de mantener el poder, misma que ha sido descrita por el politólogo catalán, Carles Boix, y que consiste en tener el control total de los mecanismos de participación y de quienes intervienen; haciéndolos gradualmente más accesibles conforme la arena electoral va cambiando, para evitar la gestación de una verdadera oposición.
En el caso mexicano, las normas impuestas por el partido hegemónico no cancelaban la existencia o posibilidad de que otros partidos participaran en las elecciones. Sin embargo, el nivel y las condiciones de competencia imposibilitaban una verdadera contienda.
Estos candados eran calibrados por la autoridad, de acuerdo con la exigencia y necesidad del contexto político y social, reinante en la coyuntura del momento…
(CORTE DE AUDIO)
…Una nueva reforma electoral que creó la figura de los diputados de partido, permitiendo incrementar gradualmente, el número de diputados y diputadas de oposición en la Cámara Baja. Pero no de legisladores en el Senado de la República, en donde hasta 1988, el PRI perdió cuatro de los 64 escaños.
La reforma de 1963, es importante porque sumó la representación proporcional al modelo de mayoría relativa de elección existente en México. Esto ayudó a apaciguar tempranamente a las fuerzas de oposición que venían creciendo y podían amenazar al partido hegemónico.
Las candidaturas de los diputados de partido, sin embargo, eventualmente se volvían una concesión insuficiente. Las nuevas exigencias, entre otras, las planteadas por los movimientos estudiantiles y sobre todo el del 68 y 71; así como por la guerrilla urbana y rural, que demandaba la democratización del país, dieron paso para que en 1977 se promulgara la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales.
Esta ley es considerada por muchas personas, estudiosos y expertos, como el punto de partida de la transición política en México, al haber abierto la posibilidad de nuevos partidos, que estos pudieran registrarse.
También modificó el principio de la representación proporcional, al ampliar la Cámara de Diputados a 400 legisladores; 300 de mayoría relativa y 100 de representación proporcional. Luego, se amplió más tarde a 200 de representación proporcional.
Esta reforma, sin embargo, no eliminó otros mecanismos de control que el partido hegemónico seguía ostentando.
Después de las elecciones de 1988, la fachada de la democracia mexicana se estaba desmoronando más rápidamente y resultaba más difícil seguir manteniendo tales mecanismos. Por ello, y en el intento por generar nuevas formas de legitimidad, se emitió el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales, y se creó el Instituto Federal Electoral; mismo que constitucionalmente sería un organismo autónomo encargado de conducir el proceso comicial o los procesos comiciales.
La composición del IFE, con sus desbalances y posibles mejoras, permitió que por primera vez, todos los partidos participaran en la totalidad de las etapas del proceso electoral. Otro paso fundamental, fue la creación de un nuevo Padrón Electoral, con credencial para votar; elementos que minimizaban la posibilidad de cometer fraudes con la facilidad que se realizaban anteriormente.
También se creó el Tribunal Administrativo en materia Electoral.
Todas las reformas mencionadas, incluida la de 1994, en la que por primera vez se establecieron topes de campaña, ayudaron a tener elecciones un poco más justas. Pero aún faltaba mucho por hacer.
En 1994, por ejemplo, el PRI recibió el 73 por ciento de los recursos destinados a los partidos políticos, es decir, 600 de 817 millones de pesos.
A la desigualdad en la asignación de los dineros, se sumaba el uso discrecional de programas sociales y de recursos públicos por parte del partido en el poder, para impulsar sus candidaturas.
El sistema fue cediendo poco a poco, a pesar de estas condiciones y gracias a los paulatinos controles que se habían ido generando; como la reforma constitucional del 96, que buscaba impulsar la equidad en la competencia y la certeza, además de la confianza en los procesos electorales.
Todos estos mecanismos, así como la alternancia en diversos estados de la República, a partir de 1989, provocaron que en 1997 el partido tricolor, el PRI, perdiera por primera vez la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y que tres años después, se eligiera el primer Presidente de la República no priísta.
De esta manera, las elecciones del año 2000 marcaron el inicio de la alternancia política en el Ejecutivo Federal, pero no así de la alternancia social y económica que nuestro país buscaba.
Se trata de un momento esperanzador, en el que se tuvo la oportunidad histórica de afianzar la democracia en nuestra nación. Sin embargo, la sed de poder de los recién llegados no les permitió ver más allá de sus intereses y las elecciones del 2006 fueron prueba de ello.
El fantasma del fraude electoral de aquel año nos exhibió como sociedad. La democracia mexicana aún tenía mucho por resolver. La alternancia no significaba la consolidación de un sistema democrático y no distaba mucho de las prácticas autoritarias que tanto nos estaba costando dejar atrás.
Los comicios del 2006, además de evidenciar la férrea convicción de las élites por mantener el poder, trajeron consecuencias desastrosas para la vida diaria de la población: la violencia escaló, la confianza en las instituciones se redujo y el hartazgo social se incrementó.
Y, esta situación se endureció en el 2012. Con el retorno del PRI al poder la violencia continuó, la pobreza se exacerbó, la desigualdad se hizo más grande y los niveles rampantes de corrupción se volvieron insostenibles.
Los procesos electorales del 2006 y del 2012, revelaron al menos dos verdades. La primera es que, ser elegidos a través del voto, no otorga a los partidos la potestad para gobernar bien y menos de espaldas a la ciudadanía. Se tienen que generar espacios que permitan la constante participación ciudadana, porque ésta no se reduce y porque cada día son más las exigencias sociales de una sociedad reclamante.
La segunda fue que, para consolidar la democracia mexicana, hacía falta voluntad política. Por un lado, voluntad de la clase gobernante para erradicar de las instituciones las dinámicas autoritarias, heredadas de los 70 años de dominio y, por otro, voluntad de la población para demostrar, a través de mecanismos democráticos, su hartazgo de los abusos cometidos por tanto tiempo.
Esta voluntad fue manifiesta y fue manifestada de manera extraordinaria por todos los mexicanos y las mexicanas el pasado 1° de julio, cuando el 53 por ciento del electorado decidió depositar su confianza en el proyecto encabezado por Andrés Manuel López Obrador y en Morena, que es un partido que apenas tenía tres años de vida, que abiertamente se presentó como antisistema en lo práctico, lo económico y lo social; pero jugando siempre dentro de las reglas jurídicas que existían y que estaban establecidas.
Muchas personas piensan que el amplio margen de victoria obtenido por Morena, nos puede permitir incurrir en la práctica que acostumbraban los partidos que ya estuvieron en el poder.
Dicen que se abre la puerta para la existencia de otro partido hegemónico no competitivo y que el pluralismo podría estar en riesgo.
Desde mi punto de vista, están equivocados. Es cierto, las fuerzas políticas en México han cambiado. La representación de cada uno de nosotros en el Congreso se ha modificado.
Por ello, una de las preguntas que nos piden contestar el día de hoy en todas partes, en todos los lugares, es cómo afectará el resultado de la elección pasada al pluripartidismo en nuestro país, cómo se compondrá y cómo responderá nuestro sistema de partidos.
La respuesta a esta interrogante es multifactorial. Mucho tendrá que ver con cómo se agrupan las fuerzas políticas y cómo llegan a las elecciones intermedias del 2021.
Lo primero que debemos señalar, es que en Morena trabajaremos para que no haya vuelta atrás a la vieja historia de México, cuando el partido en el poder era el único con posibilidades de ser electo.
El modelo de partido hegemónico no competitivo no volverá. Las elecciones de Estado, que estábamos acostumbrados a ver en el PRI y en el PAN, son moral y materialmente imposibles de restaurar.
La mayoría inédita, la nueva mayoría que la voluntad ciudadana otorgó en los pasados comicios, a Morena y al Presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, no es para restaurar el autoritarismo de Estado; sino para garantizar gobernabilidad y pluripartidismo, democracia deliberativa con gobiernos eficientes y honestos, y elecciones orientadas a dar soluciones a los problemas de la población, no para dominarla, menos para subordinarla o subyugarla.
Después de 21 años de gobiernos divididos, en que la ciudadanía no otorgaba a un solo partido la mayoría de votos en el Legislativo y el Ejecutivo Federal; hoy la población decidió lo contrario, favoreciendo que Morena tuviese el Ejecutivo y, a la vez, la posibilidad de dirigir el órgano reformador permanente de la Constitución, el cual se conforma, como ustedes saben, con la mayoría calificada en el Congreso de la Unión y la mayoría simple de la mitad más uno, de las legislaturas locales.
Nosotros necesitamos conversar con todos los partidos para lograr mayorías calificadas, porque apenas tenemos mayorías simples.
En esta decisión ciudadana, un rasgo antidemocrático que alguien lo considere me parece debatible, y me parece pertinente aclarar. Yo creo que es un mandato claro de la ciudadanía, para que el partido que ganó cumpla con el proyecto de nación que planteó.
Es un aval ciudadano para que el próximo Gobierno aplique su programa de reformas sociales, económicas y políticas; pero también es una gran responsabilidad histórica para no decepcionar a la población y lleve a buen puerto la democracia en México.
Con esta responsabilidad a cuentas, los grupos parlamentarios en los Congresos federales y en los estados, estamos avanzando en cuatro direcciones. La primera, hacer eficaz la democracia representativa existente, y especialmente dar resultados en materia de seguridad, combate a la corrupción y a la impunidad, crecimiento económico y reducción de las desigualdades sociales.
Dos, hacer menos costosa y gravosa la democracia, que tenemos por medio de un Plan de Austeridad Republicano.
Dar una orientación –tres– y un contenido social a las políticas públicas.
Y transitar –cuatro– hacia una democracia participativa directa, más activa, es decir…
(CORTE DE AUDIO)
…Y la primera fue en el 88. Entonces, no había forma de alternar o de pensar en una alternancia política.
Para poder luchar en un poder, tenías que ser del PRI, no había otra forma. Era suicida pensar que tú podías ser diputado o senador por otro partido. Es más, te acusaban de locura temprana si intentabas hacerlo.
Los que están aquí, los cuatro, éramos del PRI. Bueno, algunos siguen, yo ya no, pero ya es un asunto de cada uno, pero la libertad; llegamos un día con el maestro Burgoa, era muy peculiar, a su casa, y llegamos una bola ahí con él: “¿Y qué pasa?”, dice él; “¿Por qué tanta gente?”; “Pues somos del grupo del Posgrado, maestro”. Y dijo: “Miren, yo nunca he estado en la plebe; no me gustan las masas y se me van quitando de mis mesas. Para afuera todos”. Y era tan impresionante.
Yo recuerdo con cariño a todos mis maestros, Molina Piñeiro fue uno, Alberto Patiño otro, Humberto Patiño otro, Jorge Carpizo otro, Fix Zamudio, padre excelente; Jorge Fernández Ruiz, doctor Héctor Cuadra, Margadant, Floris Margadant. Eran extraordinarios, porque además no eran barcos; todos los días estaban a las 7 de la mañana, porque en ese momento el Posgrado era presencial, teníamos que venir todos los días a clases de 7 a 10 de la mañana, incluso en ocasiones hasta sábados a realizar tesinas, eran tres años para concluir el Doctorado.
Me parece que lo que está viviendo el país, y a esto me refiero, sí es un cambio de régimen.
Yo conozco a Andrés Manuel López Obrador desde hace 21 años, lo he acompañado desde hace 21 años. He sido tres veces diputado federal, tres veces senador, gobernador de mi estado y jefe de la Delegación Cuauhtémoc, aquí en la Ciudad de México. Pero les puedo confesar que ésta es la experiencia más agradable.
El otro día que presenté una iniciativa para reducir comisiones y eliminar comisiones a los abusos de los banqueros, por cierto, ya me andan queriendo expulsar por haberla presentado; pero la había presentado en 2007 y lo que dije, lo sostengo.
Cuando la presenté éramos cinco senadores, del grupo parlamentario que coordinaba. No tuvo ninguna repercusión, por supuesto.
Ahora que la presentamos, no podía dejar pasar la oportunidad histórica de hacerlo. Lo hice con autonomía. Sí hay un Poder Legislativo autónomo, aunque hay colaboración de poderes; tampoco somos un grupo de sueltos, porque sí queremos que haya un cambio profundo.
Yo sí creo, en lo personal, que Andrés Manuel va a darle un rumbo distinto el país.
Sí creo que Andrés…
(CORTE DE AUDIO)
…Por eso es que siempre que puedo, aprovecho venir con mis compañeros, con mis antiguos maestros, mis compañeros que ahora son autoridades en la División de Estudios de Posgrado, y de paso me voy a las tortas de “La Cubana”, aquí, que siguen ahí; ahí era nuestro desayuno en la mañana, cuando podíamos, entonces era así.
Les agradezco mucho su atención.
Iban a venir, fíjense nada más, cómo es posible, iban a venir porque me había platicado el maestro Molina Piñeiro, el PRI y el PAN, porque lo importante es que podamos discutir temas, no una sola verdad, yo puedo estar equivocado; pero me platicaron que iban a venir.
O sea, hasta eso, por no decir despreciar, digo, es cuando los foros deben usarse, más en la Academia, para escuchar su voz, porque ustedes se quedan con una sola versión y lo más conveniente es que escucharan todas las versiones, es parte de la democracia.
A lo mejor estoy equivocado o los juicios de valor que hice no son correctos, o me los rebaten; pero me permite hablar más, por eso he abusado de la palabra; porque además qué van a hacer, ya después ya salieron de clases.
Me permite hablar más, y decirles tengan confianza, de verdad, los que nos formamos aquí en la UNAM sí somos independientes. Los que nos formamos aquí en la UNAM, siempre defendemos nuestra Casa Mater.
Los que nos formamos aquí en la UNAM, nunca olvidamos nuestros orígenes, porque si no fuera por; que por cierto, me alegra el ranking que ahora ha recuperado la UNAM, y felicidades a todos los maestros de la Escuela de Derecho.
Yo di clases en Derecho Agrario hace como 30 años, no sé, 40 años, di clases; porque además podíamos los de Posgrado dar clases en los 80’s, no había tantos maestros, y me tocó dar Derecho Agrario y otra materia.
Pero ahora que sé que son una planta académica muy importante, les expreso a los maestros mi respeto. Y a mis antiguos maestros siempre, no me canso de agradecer sus enseñanzas. Nunca me cansaré de venerar a los maestros porque, de verdad, si no fuera por ellos, no estaríamos donde estamos ni defenderíamos lo que defendemos.
Muchas gracias. Buenos días.